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Joyce-Dedalus en su típica pose al estilo "más chulo que un ocho". |
Si bien es verdad que se trata de una sola mención fugaz en
una secuencia brevísima, la reciente película de Jim Jarmusch Solo los amantes
sobreviven ha sacado el nombre de Stephen Dedalus de su cripta excavada en la
cultura libresca y lo ha voceado en las salas de proyección de todo el mundo. Al
hilo de esa evocación, y del repaso y cotejo de fotografías de algunas de mis
viejas exposiciones con otras recientes, he llegado a una serie de
consideraciones menores y hasta puede que insignificantes, pero que no
obstante, y por si fuesen de interés para alguien más, no me voy a privar de
verterlas por escrito.
Es fama que en el Retrato del artista adolescente, por cuyas
páginas deambula el mencionado Stephen Dedalus, se halla encapsulado el ideario
estético que James Joyce mantuvo a lo largo de toda su carrera y también una
buena parte de las anécdotas y el material biográfico que después desarrollaría
en el resto de su obra.
Además de autorretrato vívido y fiel del joven Joyce encarnado
en el adolescente Stephen Dedalus, el Portrait es un yacimiento reticulado, cribado y meticulosamente estudiado por su alto valor como obra programática y
germinal que anticipa y en parte compendia al Joyce maduro.
Algo parecido ocurre con otro famoso retrato de un artista
también adolescente, si bien aquí cabe hablar sin ambages de precocidad, prenda
no tan evidente en el caso del Retrato, cuya primera versión (Stephen el héroe)
Joyce redactó a la edad de veintiuno. En su Autorretrato a los trece años, obra
primeriza de Alberto Durero, los exégetas del maestro ven prefiguradas y ya plenamente
identificables sus dotes de pintor sobresaliente.
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Ejemplar de mi humilde biblioteca del Retrato... en traducción de Dámaso Alonso. |
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Autorretrato a los trece años, Alberto Durero, 1484. |
Si las pruebas de temprana valía y los destellos de
precocidad son parte indisociable del arquetipo en que se asienta la
construcción del mito del artista, no es menos evidente que su mistificación y
entronización definitiva en el empíreo del Arte pasa necesariamente por el
reconocimiento y la sanción de su producción al completo, de los destellos incipientes
de la mocedad a la obra tardía de la senectud. En el caso de Joyce, el arco de
su producción se eleva desde los rescoldos apenas legibles del mazacote de folios
de Stephen el héroe (arrojado al fuego por el mismo Joyce y recuperado in
extremis por su hermana), hasta la línea final de su enrevesado y desopilante
Finnegans Wake (“Un solo camino al fin amado alumbra a lo largo del —París, 1922-1939—) Por su parte, la
trayectoria de Durero despega con ese Autorretrato a los trece años y declina,
hacia mil quinientos veintitantos, en una serie de obras entre las que destaca
el retrato de Erasmo. Entre esos extremos quedaría, en los dos casos, el grueso
de la producción de ambas luminarias.
Aunque con escasas posibilidades de ser no ya entronizado en
su empíreo, sino de figurar siquiera en alguna nota a pie de página de su
Compendio General, lo cierto es que también yo me dedico al Arte, si bien no a
tiempo completo sino a contrapelo, a deshoras y compaginando “esa noble
entelequia” con una ocupación alimenticia y trivial. Sea como fuere, lo cierto
es que en mi caso ni cabe hablar de precocidad (hice mi primera exposición
individual con 28 años), ni he figurado como protagonista de ningún retrato del
artista pajillero y pubescente.
Cotejando estos días viejas fotos he visto que, muy al
contrario, entre las escasas imágenes de mi humilde trayectoria en las que
aparezco hay dos que, aunque separadas por la friolera de veintidós años, cabe
identificarlas, especialmente la más reciente, como típicos ejemplos del género
“Retrato del artista senescente”; escuela que, como su nombre indica, se ubicaría
en los antípodas de la obra liminar de Joyce y difundiría la imagen de
creadores talluditos, más o menos trabajados por la usura del tiempo y que acaban
de realizar, como sería en mi caso, lo que se viene denominando “exposición de
la mediana edad”. Creadores de muy diverso pelaje pero que, en cualquier caso, se
asemejan en que su arco creativo y vital ha superado ya las fases de
planteamiento y nudo, y va de bajada hacia su última secuencia: desenlace.
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El artista junto a su obra. Centre de Lectura, Reus, enero de 1992 |
El artista junto a su obra, veintidós años después. Espai Betúlia, Badalona, 2014. |
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