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Madame Ingres dibujada por su esposo. Ejemplo cabal del dibujo entendido como "probidad del arte". |
Si no recuerdo mal —aunque es posible que me equivoque—, creo
que fue Donal Judd quien, en una bravata sentenciosa y más o menos
apocalíptica, dijo que “el arte como representación está acabado”. Si bien
tengo mis dudas respecto a la autoría de ese dictum, no tengo ninguna respecto a que fue Ingres quien de manera
harto hermosa, delicada y al mismo tiempo exigente afirmó —en una expresión de
contenido y temperatura vital diametralmente opuestos a los de Judd— que “el
dibujo es la probidad del arte”, cabe decir la honradez y el recto obrar con un
lápiz en la mano en lo que se refiere no ya a mera representación, sino a fidelidad
cumplida y adecuación entre el modelo natural y su plasmación sobre el papel.
Cuando se es Ingres, la probidad del lápiz es máxima y no solo da exacta y minuciosa
cuenta de las proporciones y el parecido del modelo, sino que el probo
instrumento del maestro penetra más allá de la cáscara visible y es también
capaz de hacer que la línea hable y deje entrever los rudimentos de la vida
psíquica que hay detrás.
Aunque como artista deudor de mi tiempo cabría esperar que rindiera
algún tipo de pleitesía y de respeto debido más a Judd que no a Ingres —esa
noble y gélida antigualla—, lo cierto es que mi gusto se inclina en sentido
inverso. El amor es ciego, pero el deseo —y también el gusto— no. Entiendo que uno ha de seguir su propio camino del corazón
aunque sea a costa de pasar por inactual, trasnochado, poco informado y, lo que
es peor, con poca o ninguna retina para el arte penúltimo y, por consiguiente,
tampoco para el último.
El tiempo ha venido a demostrar que si bien el tono
apocalíptico de su afirmación iba en la dirección correcta, Judd se quedó corto
en lo que respecta al verdadero alcance del agotamiento del arte, que él
sanciona y atribuye únicamente al figurativo o de representación, pero que en
realidad, y según algunos de sus más conspicuos estudiosos, afectaría a la
totalidad del arte, que a estas alturas sería ya puro fiambre.
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Donal Judd rodeado de sus acólitos y pontificando acerca del fiasco del arte como representación. N.Y. 1974. |
Además de ser grado cero del arte y cimiento básico sobre el
que inevitablemente se ha de construir, atributos que ya tenía, Ingres otorga
al dibujo el cometido capital y cargo de máxima responsabilidad ética de ser
también modelo de honradez y recto obrar. Y ese era mucho cargo para el humilde
dibujo. No en el caso de Ingres, ya que él predicaba con el ejemplo y su dibujo
es, efectivamente, no solo la probidad sino también la divina prueba del nueve
de toda su obra, pero sí en el caso de artistas de menos talento y sobre todo
de menos solvencia técnica.
Aunque todavía queda quien lo sigue empleando en clave de
máxima exigencia —Antonio López es uno de ellos—, lo cierto es que hoy día al
dibujo se le ha aligerado de toda aquella responsabilidad con la que cargaba en
los tiempos de Ingres. Al dibujo ya no se le exige como antes, y por descontado
que lo raro y verdaderamente poco usual es que en estos tiempos de relativismo
ético —amén de estético— se le exija, como quería Ingres, una ética de mínimos encarnada
en la honradez, el recto obrar o algo similar. Son, ya digo, otros tiempos y
otras maneras de entender, practicar y afrontar el dibujo, el grado cero del
arte como representación entendida a la vieja usanza.
Todo ese preámbulo viene a cuento de que yo también dibujo; es
más, una buena parte de mi escasa producción se la lleva Libro del sábado, una sola y extensa obra compuesta de sesenta
dibujos a lápiz de grafito sobre losas de mármol; trabajo complejo y de cierta
amplitud —ocupa una superficie de unos 45 m2— que me ocupó de 1998 a 2014 y que
expuse, junto a una buena parte del resto de mi producción, en el Espai Betúlia
en la primavera de ése año.
Traigo aquí algunas muestras de ese conjunto espigadas al
azar y su correspondiente apunte previo, extraído de uno de mis cuadernos de
trabajo del año 2000. Digo apunte previo ya que es evidente que se trata de una
mera anotación esquemática que para mí es suficiente, pero que nada tiene que ver
con el boceto o el estudio preliminar trabajado —que yo no suelo acometer—,
géneros menores o de apoyo en la época Ingres y soberbia fábrica donde el
maestro doma la línea y la hace hablar, con gracia y limpieza, de una pasmosa epifanía:
la del asombroso parecido. Ese misterioso fenómeno —que uno ha convocado una y
otra vez con desiguales resultados, como aquí se ve— es el que, cuando se
logra, otorga todavía al dibujo la gravedad y la nobleza simple que implica
ser, aunque ya no se lleve, “la probidad del arte”.
Apunte previo (arriba) y dibujo final. Libro del sábado, lámina nº 33.
© Juan Miguel Muñoz, 2001
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Apunte previo (arriba) y dibujo final. Libro del sábado, lámina nº 17. © Juan Miguel Muñoz, 2000. |
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Apunte previo (arriba) y dibujo final. Libro del sábado, lámina nº 37. |
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Apunte previo (arriba) y dibujo final. Libro del sábado, lámina nº 51
© Juan Miguel Muñoz, 2002.
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