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Barton Lidice, Censored book, 1974. Claro ejemplo de lo que es hacerle perrerías a un libro. |
Es ya un tópico que algunos críticos y comentaristas de arte
actual nos vengan advirtiendo de que la genialidad y la tontería pueden ser muy
parecidas o incluso prácticamente idénticas, y que no es nada fácil distinguir
―ni siquiera para los del gremio― la joyería de ley de la alta bisutería. Si
bien el arte de hoy es terreno abonado para ese tipo de malentendidos, lo
cierto es que en otras épocas y culturas mucho menos permisivas que la actual,
asentadas en la garantía de la tradición y dotadas de criterios de validación
muy rigurosos, tampoco era sencillo distinguir lo primoroso exquisito de entre
lo también primoroso pero ligeramente inferior. La capacidad para reconocer esa
sutilísima gradación a la baja era prenda de conocedores, iniciados y demás minorías
de gusto y perspicacia exquisitamente trabajados.
A ese respecto, me viene a la memoria uno de los fragmentos de
Wen fu, famoso decálogo de Lu Ji
sobre composición literaria que Luis Racionero incluyó en su Textos de estética taoísta. En el sexto
apartado del mencionado decálogo Lu Ji se refiere expresamente al hiato apenas
perceptible que hace de corte entre lo pasable y lo que ya no cuenta: “…los méritos
literarios se miden por granos y escrúpulos; los elegidos y los desechados solo
están separados por el grosor de un cabello”.
Cuando es la propia obra lo que se dirime y está en el punto
de mira, también el artista suele tener los sensores muy finos al escrutinio
que se le hace, a cómo se le sopesan las minucias y los acentos, y a cómo de
fino se hila con lo suyo. No en vano suele ser a veces la lectura apresurada y
parcial de esos detalles ínfimos, cuando no su omisión, el factor decisivo para
atribuirle ascendencias putativas de toda índole y parentescos algo peregrinos.
Como ilustración cabal de lo que digo, traigo a este humilde
blog noticia de la anécdota en que me vi envuelto una noche del pasado mes de junio
durante la cena de azotea a la que acudí invitado. Al cabo de los platos, el
vino, los postres y el cava llegaron los licores. Fue entonces cuando la
conversación, que había sobrevolado sin mayor concreción por encima de una
serie de generalidades de naturaleza diversa incluido el arte, derivó hacia esa
parte de la escena plástica que utiliza el libro como soporte básico para pintar,
esculpir, construir, collagear y efectuar
todo tipo de manipulaciones, combinatorias y experimentos. A lo largo de la
conversación mencionamos y sacamos a la palestra algunas de las figuras más
conocidas y difundidas de esa corriente: Rush-Lee, Barer, Blackwell, The, Laramée,
Korzer-Robinson, Lidicer y tutti quanti han conseguido
cierta notoriedad por esa vía.
Departíamos sin mayores sobresaltos respecto a si el trabajo
de Rush Lee no será más efectista que otra cosa, o si la obra de Laramée es el
perfecto epítome de lo pintoresco dentro del “cut book art”, cuando, de súbito,
al exclamar yo —en tono más cachondo que reprobatorio, todo sea dicho— que la
actitud básica de esa escuela es hacer perrerías a los libros, la conversación
tomó un cariz algo polémico, ya que de inmediato se me replicó que los
ejemplares tuneados de nuestra colección La Estampa Indeleble también son
libros sometidos a manipulación y perrerías diversas, y que denostar en otros
lo que uno mismo practica es hipocresía y doblez intolerables.
Cuando es de la propia obra de lo que se opina, como decía
más atrás, el interesado ―yo mismo, en este caso― suele tener los sensores auditivos
muy finos a todo tipo de minucias y matices semánticos. Que alguien afirme que
nuestra colección La Estampa Indeleble se alinea del lado de las poéticas que
alteran de manera irreparable y definitiva la condición del libro, no es que
omita insignificancias, sino que se salta a la torera importantes matices de metodología
y concepto que decantan nuestro trabajo en una dirección bien distinta.
Lo lamentable para mí de ese capítulo es que, cuando me
disponía a tomar la palabra y abrir mi turno de réplica, llegaron invitados
rezagados, ajenos al debate y con ganas de gresca. Sacaron una nueva remesa de
cava, nos adentramos en una suerte de recena tardía y la conversación quedó
aparcada. Aunque dista mucho de ser un turno de réplica en condiciones, este
blog me permite retomar el hilo de la conversación y avivar de nuevo la
polémica. Ahí va.
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Libros recortados de Alexander Korzer-Robinson. Ejemplos de lo que es la perrería selectiva con final estético. |
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Obra de Jacqueline Rush Lee. Claro ejemplo de perrería sumarísima por inmersión en agua. |
En los meses que han pasado desde la noche de autos he tenido
tiempo de reflexionar acerca de la expresión “hacer perrerías a los libros”, locución
en la que me reafirmo, ya que en absoluto se me antoja exagerada sino todo lo
contrario: entiendo que resume con fidelidad, economía y cierto sentido del
humor el enorme abanico de procedimientos y técnicas, prácticamente todas ellas
invasivas, destructivas, mutiladoras y vejatorias, que los artistas a que nos
referíamos aplican sobre el indefenso libro. Solo hay que echar un vistazo a
las imágenes adjuntas para ver que mi observación es rigurosamente cierta. No
censuro esos procedimientos, pero me abstengo de aplicarlos, por pudor. La
Estampa Indeleble es un ejemplo palmario de respeto y consideración, y tiene
poco en común con las poéticas de laceración e intervención lesiva sobre el
libro.
Las diferencias que hay entre esos procedimientos traumáticos
y los que nosotros aplicamos en La Estampa Indeleble están a la vista y no son
meros matices ―o “granos y escrúpulos”, por decirlo nuevamente con Liu Jo―,
sino importantes discrepancias de método
que tiene su origen en profundas y muy disímiles maneras de entender la
naturaleza y la identidad del libro como objeto peculiar. Tal y como hemos
expuesto en distintas argumentaciones, textos, ponencias y demás estrategias de
difusión de nuestro ideario, en De La Pulcra Ceniza entendemos que el libro no
es un objeto inerte, sino una entidad que posee vida vegetativa y es a la vez
forma viva y unidad de sentido. La verdadera naturaleza del lenguaje es la de
fluido verbal; su codificación alfabética y posterior amarre al papel por medio
de la imprenta son formas aberrantes de sometimiento y fijación de lo que no es
más que fluido. El libro es una unidad de sentido indisoluble entre lenguaje
cautivo y forma impresa. Toda mutilación o alteración por sustracción le
acarrea el cese de la función vegetativa y supone su descenso a la condición de
objeto inerte.
Esa curiosa concepción del libro como ejemplo de vida cabal,
plena de sentido e idealmente indisoluble está en la base del ideario de De La
Pulcra Ceniza y alumbró en su momento la puesta en marcha de la Biblioteca
fósil, la colección distintiva y más radical del proyecto.
Lo que predicamos con La Estampa Indeleble nada tiene que ver
con las poéticas que abusan de la flagelación del libro, sino más bien lo
contrario: pontificamos a favor del respeto por el insoslayable legado de las
Artes Gráficas tradicionales, cuya exigente deontología hace tiempo que se dejó
de lado en el ámbito de la edición actual de gran tiraje. Y lo llevamos a cabo
rescatando libros de hechura noble de los sumideros de las librerías de lance y
demás establecimientos donde se los almacena al descuido como paso previo al
suplicio final, que no es otro que la vuelta al molino de papel y su
reconversión en pulpa. Son libros que
nadie quiere pero que están muy bien hechos. Aún es bien visible en ellos el
amor al detalle, el primor en la ejecución, el desvelo por la calidad y la
belleza, y todo el código ético y estético de las Artes Gráficas tradicionales.
Para que ese libro que nadie quiere suscite nuevamente el
interés y pueda continuar en el circuito, es imprescindible dotarlo de una nueva
identidad que lo haga atractivo. La operación que a tal efecto le hacemos es
limpia, mínimamente invasiva y siempre respetuosa con la integridad del texto:
lo abrimos, le extraemos la página de cortesía u otra que no haya sido impresa,
la imprimimos con la nueva identidad, la ubicamos como portadilla y procedemos a cerrar nuevamente el
volumen. Y punto. Ese es todo el daño que le infligimos al libro: cambiarle de
sitio una página que no estaba impresa. Y a continuación lo aseamos, lo
presentamos en una caja de metacrilato sobre fondo de terciopelo rojo y lo
acreditamos sin omitir nada, indicando a las claras que bajo la afamada,
rarísima y mundana fachada de Smells like
ten spirit de Kurt Cobain, por poner un ejemplo, hay un oscuro, olvidado,
humilde y bellísimo Vidas de niños santos
de José Castells, publicado en 1906 por La Hormiga de Oro.
Libro manipulado de La Estampa Indeleble. Ejemplo de perrería contenida y ejercida con extremo pudor. |
Tal y como alguien observó muy certeramente la noche de
autos, eso también es tunear y alterar libros. No obstante lo que nos une,
entiendo que hay importantes diferencias de concepto y de método entre la
escrupulosa intervención de La Estampa Indeleble y el hacer perrerías a los
libros que se practica por ahí.
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Libros esculpidos de Guy Laramée. Hermoso ejemplo de perrería ejercida con un alto sentido de lo pintoresco. |
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Libro recortado de Robert The. Notable ejemplo de perrería simple. |
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