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Pense-Bête, de 1964, obra fundacional y pistoletazo de salida de la meteórica carrera de Marcel Broodthaers. |
En un artículo de hace apenas unas semanas en que comenta la retrospectiva
que el Reina Sofía dedica a Marcel Broodthaers, Antonio Muñoz Molina se refiere
al extraordinario monto de obra que el artista belga produjo en apenas diez
años de actividad y dice que “…trabajó con una fecundidad que asombra”. La verdad
es que me choca que cause asombro la ingente producción de un artista como
Broodthaers, cuyos intereses, materiales, estrategias, recursos y
procedimientos son los adecuados para producir de lo lindo, a poco que se pise el
acelerador. Que la producción de Broodthaers
en tan solo una década pueda por sí sola ocupar todo un museo no me parece a mí
que sea motivo de asombro, sino algo por completo consecuente si tenemos en cuenta
las características formales y procesuales de su obra. Entiendo que en su caso,
como el de muchos otros, lo verdaderamente asombroso hubiese sido que dejara
poca obra.
No es de extrañar que Vermeer produjera una treintena de obras en toda su carrera y Broodthaers, en apenas unos años, tropecientas. Y no lo es porque así como los maestros antiguos, por razones obvias derivadas
de la lentitud de los procedimientos y la velocidad de la época, dejaron poca
obra, los modernos, por razones también obvias pero inversas, suelen pecar de
lo contrario. A este respecto, es siempre obligado mencionar la figura de
Picasso, paradigma del artista rápido y lo suficientemente prolífico como para
llenar él solo varios museos. En su momento, Christian Cervos se tomó el ingente
trabajo de catalogar su producción oficial, que ocupa treinta y tantos densos
tomos y recoge unas 17.000 obras, cifra ya de por sí desmesurada pero que,
según otros, es a todas luces timorata y se queda muy por debajo de su
producción real. La circunstancia de que el barbero, el limpiabotas, el
dentista y demás profesionales que lo trataron dispongan de su propia colección
a partir de los originales que les improvisó el maestro, contribuye de manera
bastante elocuente a esclarecer lo poco que le costaba a Picasso producir un
picasso. Si bien se quedan por debajo de la mítica fecundidad del malagueño, también
Miró, Warhol, Saura, Rauschenberg, Tàpies, por citar solo unos cuantos entre
muchísimos, han producido una ingente cantidad de obra cada uno de ellos.
En el extremo opuesto cabe situar a Marcel Duchamp, factótum
crucial y artista de referencia ineludible que, curiosamente, produjo poco. Sus
largos períodos de silencio y aparente inactividad son tan elocuentes como el
resto de su obra, si no más, como deja entrever el memorable comentario de
Joseph Beuys al respecto: “El silencio de Duchamp está sobrevalorado”.
Los materiales rápidos, la sencillez extrema de los procedimientos,
la velocidad intrínseca de nuestra época y los apremios del mercado han favorecido, entre otros factores, la proliferación de artistas
extremadamente productivos que no saben lo que es tascar el freno y contenerse.
No sé si el silencio de Duchamp está o no sobrevalorado; lo que es evidente es
que si bien su figura y su magisterio han precipitado toda una sucesión de "ismos" y
una larga serie de epígonos, su legendaria contención y su silencio
ejemplar no cunden como quizá sería deseable en un panorama saturado de museos,
galerías, hangares, trasteros y almonedas llenos a rebosar de arte.
Aunque son fenómenos que no siempre se disponen en relación
causa/efecto, el grado de complejidad de los procedimientos y el primor en el
acabado influyen en la velocidad de ejecución de un artista y, por tanto, aunque
sea de manera tangencial y no directamente determinante, en la cantidad de obra
que puede realizar. Y lo digo con todas las reservas y salvedades que son de
rigor, porque, como digo, no son factores que vayan siempre necesariamente relacionados.
Los procedimientos escultóricos de Miguel Ángel, por mencionar una excepción,
son complejísimos, además de laboriosos y lentos por obligación, lo que no fue
obstáculo para que realizase un buen número de tallas memorables.
Por lo espontaneo de su factura, y a tenor de la fecha que
aparece anotada en un buen número de cuadros de madurez de Picasso, se puede
inferir que el maestro trabajó en cada una de esas obras un día a lo sumo, puede que tan solo
unas horas. No parece mucho. Otra cosa es que llegara a esa gracia y despeje en
la ejecución tras toda una vida con los pinceles en la mano. Esa hazaña no
tiene parangón y nadie se la puede discutir.
En su obra Jesús entre
los doctores también Alberto Durero anotó el tiempo que le había costado realizarla: cinco días (literalmente Opus
quinque dierum, “hecho en cinco días”, según indica la nota que
emerge de entre las páginas del libro que hay en primer plano a la izquierda).
Aunque la ejecución fuese inusualmente rápida para complejidad de la obra y lo
que era habitual en la época, lo cierto es que el Durero más veloz tardó cinco
veces más que Picasso en producir una obra de dimensiones parejas (un bastidor del tipo 20-25 figura, unos 80 x 60 cm.). Ahí es nada. Y eso que únicamente se limitó a cronometrar el tiempo efectivo de ejecución de la tela y omitió el que destinara a los
dibujos preparatorios sobre papel, que por su abundancia y esmero a buen seguro ocuparon
al maestro unos cuantos días más.
Aunque utilizara tortugas vivas en algunas de sus obras ―o
precisamente por eso―, Broodthaers fue un artista eminentemente rápido; por el
contrario, Durero, una de cuyas acuarelas más finas representa una liebre, era
meticuloso y necesariamente lento. El arte demuestra, una vez más, que la
fábula de Esopo es cierta: la tortuga de Broodthaers es bastante más veloz que la liebre de Durero.
Obra de Pablo Picasso realizada en un solo día, el 27 de marzo de 1938. |
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Jesús entre los doctores, (1506), obra de Alberto Durero realizada en cinco días. |
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Alberto Durero, boceto para la cabeza de Jesús. |
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Alberto Durero, estudio de manos para Jesús entre los doctores. |
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Alberto Durero, estudio de manos para Jesús entre los doctores. |
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