![]() |
Rimbaud astronauta, fotomontaje y grafito. © Juan Miguel Muñoz, 2013. |
¡He visto los archipiélagos siderales! Islas
En las que los cielos delirantes están abiertos al
remero.
ARTHUR
RIMBAUD, El barco ebrio
Nos
complace anunciar que hemos completado la tripulación que lo hará posible y
comenzamos ya a trabajar en El
archipiélago sideral, futuro onceavo número de la colección Libros De La
Micronesia, cuyo argumento se vertebra en la reinterpretación actualizada del
mito de las islas prodigiosas y los “Islarios maravillosos” que las enumeraban
y describían.
“Una isla es una porción de tierra rodeada de deseo
por todas partes.”
ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA, Cuaderno de las islas
Con
el mundo reducido a pedanía hipercartografiada y atravesada en todo momento y
lugar por las señales del sistema de posicionamiento global, “la mar incógnita”
hace mucho que dejó de ser el abrevadero de la imaginación. Ese lugar lo han
ocupado las inmensidades del espacio estelar, nueva mar Océano donde la
sensibilidad actual ubica sus fantasmas y su sed de maravillas y prodigios.
Hace apenas unos meses que la ciencia ha
ratificado que en ese nuevo marco de la imaginación y el anhelo también hay
islas. Así de cierto: en los confines del espacio sideral, en el límite extremo
del universo donde el cosmos oscuro e impenetrable se hace transparente como el
agua en los bajíos coralinos del trópico, hay ínsulas; islas que acaso sean coágulos
de neutrinos, de gas, de polen estelar, de lo que sea, lo decisivo es que ese
algo esté rodeado como quiere el poeta: de deseo por todas partes.
La
isla maravillosa, asombrosa y casi siempre irreal ocupa un lugar preferente
entre las obsesiones de la literatura de viajes de todas las épocas. Aunque el
mito de la ínsula prodigiosa tuvo su gran momento de expansión durante los
siglos que coinciden con el auge de las expediciones marítimas que ganaron el
continente americano y el extremo oriente, y que ensancharon drásticamente las
dimensiones del planeta y redujeron en igual medida las dimensiones y el
misterio de la Terra Incognita; lo cierto es que su origen es muy anterior. Las
sagas nórdicas, La Odisea homérica y la literatura clásica árabe abundan en
descripciones de islas asombrosas. En los albores de la modernidad, la
cartografía y la geografía física situaron en los mapas la práctica totalidad del
censo de todas y cada una de las islas del planeta, pero es evidente que el
mito de la isla desconocida y asombrosa sobrevivió a ese cerco tendido por la
visión objetiva de la ciencia, y que su influencia se ha se extendido hasta
nuestra época. La isla misteriosa de
Verne, Robinson Crusoe de Defoe y el
célebre fragmento de El barco ebrio
de Rimbaud “…he visto los archipiélagos siderales, donde los cielos delirantes
están abiertos al remero”, no son sino versiones actualizadas del antiquísimo
mito de las islas prodigiosas, cuya presencia inolvidable en la literatura y en
la bibliofilia fue en sí misma un género que cristalizó en los Isola mirabili “Islarios maravillosos”,
bellas piezas de orfebrería editorial principalmente árabe, la mayoría de ellas
hermosamente iluminadas.
De manera puramente intuitiva y acaso excesivamente temeraria entendemos que fue el simbolismo el que puso en imágenes el broche final al mito de la isla como lugar de las postrimerías hacia el que todo fluye (Arnold Böcklin, en su célebre serie de telas La isla de los muertos), y a su vez fue capaz de articular nuevamente y abrir al futuro el referente contrario: el de la isla primordial de la que procede todo (Artur Rimbaud, en el conocido pasaje de El barco ebrio: “He visto los archipiélagos siderales...”).
Es precisamente la expresión, netamente
moderna y visionaria, de Rimbaud “archipiélagos siderales” la que señala el preciso momento de inflexión
en que el mundo admite que las islas maravillosas ya no se ubican en el mar,
sino en el vasto ámbito del espacio infinito, nuevo marco donde la sensibilidad actual emplaza su ansia de prodigios.
Como tantas veces ocurre, la ciencia acaba
ratificando lo que místicos y visionarios han entrevisto fugazmente con el ojo
de la intuición. Eso es precisamente lo que ha ocurrido con la visión de “los
archipiélagos siderales” que Rimbaud tuvo a sus diecisiete años, durante el
verano de 1871.
El catorce de febrero de 2012 la prensa se
hacía eco del sorprendente descubrimiento de la sonda Planck: “La Misión Planck
de la Agencia Espacial Europea (ESA) ha revelado que nuestra galaxia contiene islas
de gas frío nunca antes descubiertas y una misteriosa bruma de microondas…”
Islas de gas y una misteriosa bruma de
microondas en los cielos… el eterno adolescente de Charleville, Rimbaud, tenía
razón: el universo es otro océano con su propio goteo de islas desperdigadas
aguardando a que alguien las enumere y las describa en un nuevo Islario Maravilloso. Un islario del
espacio.
El Archipiélago sideral
(Libros De La Micrionesia, nº 11)
Tripulación:
Textos
David Aceituno
Javier Terrisse
Música
Javier Hernando
Gráfica
Ivana Lombardo
Diseño: Araceli Ramos
Producción: Ángel Fraternal & Daisy Dusk
Edición: Juan Miguel Muñoz
Fecha prevista de publicación: abril de 2015.
†
No hay comentarios:
Publicar un comentario