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La Escola Massana en blanco y negro, el bitono de los recuerdos imborrables. |
No trabaja uno habitualmente en el caos, pero sí con el grado
de desorden inevitable para que el fermento de la creatividad encuentre
estiércol y asiento donde brotar. Yo diría que se trata de un desorden de
intensidad media con fluctuaciones periódicas hacia el desorden severo y con
desplomes puntuales en el caos absoluto.
Una de esas breves inmersiones en el caos fue precisamente la
que el pasado mes de junio no me dejó obrar con sentido de la oportunidad. Si
bien lo adecuado hubiese sido hacerlo en su momento, subir esta entrada con algunos
meses de retraso me parece hasta elegante por lo que tiene de desdén hacia la
precisión y la puntualidad, tan de
relojeros y de suizos.
El día veintiuno del pasado mes de junio hizo exactamente treinta años que la
Escola Massana me concedió, en su primera convocatoria, una de sus becas
menores. Aunque ha pasado mucho tiempo y mi trayectoria ha experimentado a lo
largo de los años todo tipo de mutaciones, cortes, eclipses y regresos,
lo cierto es que aquella fecha remota permanece en mi memoria como instante
preciso en que dio comienzo ese viaje.
Mi acreditación como becario de La Massana, junio de1983. |
Nunca he ocultado mi condición de “massanero”. Estudié en la
Escola Massana y me diplomé en escultura en 1983. Eso ha sido siempre
gratamente ineludible para mí. Durante la efervescencia de la década del
ochenta del pasado siglo, el término “massanero” era un epíteto tenuemente
peyorativo en la escena artística barcelonesa. Eran los años de la apertura y el afianzamiento
de la modernidad a ultranza y de los nuevos comportamientos artísticos, y
aquella euforia arrojaba una sombra ominosa sobre la Escola Massana,
institución anclada en el pasado y de aire retro cuyas credenciales completas
eran “Conservatorio Municipal de Artes
Suntuarias Massana”. Después vendría lo de “Escuela de Artes aplicadas y
oficios artísticos” y la inmersión de la Escola Massana en la
modernidad al uso ya como de “Centre d’Art i Disseny”.
Hoy el adjetivo “massanero” es todavía vigente (es más: creo
que hay prevista una concentración a principios de año de gentes que hacemos
bandera de esa condición), pero no me consta que tenga connotaciones
peyorativas. No era así en la escena artística local a mediados de los años
ochenta, ecosistema claramente influenciado por una superstición de orden
jerárquico que, de manera oficiosa pero a todas luces evidente, investía de un
supuesto rango superior a quienes se habían formado en la Facultad de Bellas
Artes y en la Escola Eina respecto de los “massaneros”.
Así estaban las cosas cuando en junio de 1983 dejé la Escola
Massana con un diploma que me acreditaba como becario de esa institución. El
premio me daba la posibilidad de utilizar durante un curso más y sin coste
alguno las instalaciones y medios de la escuela. Era una buena y barata
oportunidad para comenzar la morosa destilación de los rudimentos de un
lenguaje propio con todo tipo de medios a mi disposición. La situación era
idílica, pero había un peligro latente: el omnipresente e insidioso “estilo
massanero”. Y decidí marcharme para deshacerme de él cuanto antes.
Por aquella época existía el innegable “estilo massanero” al
igual que el “estilo Facultad” o “Eina”, y eran nítidamente distinguibles. Es
evidente que los métodos, la atmósfera y los tics pedagógicos de cada una de
esas instituciones modelaban al alumnado, que salía al mundo cortado con el
patrón característico que lo hacía fácilmente identificable. Nada más acabar,
lo primero que hicimos algunos “massaneros” —no sé los demás— fue comenzar a
trabajar para borrar esa influencia, lo que no siempre era sencillo.
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Detalle del frontispicio de entrada a la Escola Massana. |
A la concesión de la beca y la salida de la Escola Massana —asuntos
menores y puramente subsidiarios— se encadenó con naturalidad un
hecho que sería capital en mi trayectoria: un grupo de cuatro “massaneros”
alquilamos como taller, ese mismo mes de junio de 1983, la espaciosa nave del
primer piso del número 10 de la calle de La Riereta. El contrato de
arrendamiento se puso a mi nombre, detalle meramente administrativo pero que
sería decisivo para la continuidad durante los años de hierro de la
especulación inmobiliaria en Barcelona y de la vigilancia y acoso a los
inquilinos. Por aquel enclave, subdividido en cuatro talleres de algo más de
noventa m2 cada uno, pasaría bastante gente a lo largo de los veintitrés años
que estuvo en funcionamiento. No fui el último en abandonarlo, pero casi. En el
otoño de 2005 se nos notificó por escrito lo que se veía venir hacía tiempo: el
inminente derribo del edificio. Nos daban medio año de plazo para evacuar. Me
marché en abril de 2006.
En ese taller fue donde, entre los años 1983-86, borré
meticulosamente las trazas estilísticas de mi ascendente “massanero”. Durante
los dos años siguientes me concentré en las tres piezas que integrarían mi
primera exposición individual. Aunque aquella muestra pertenece a otro capítulo
y fue ampliamente reseñada en este blog
en enero de 2012, traigo aquí nuevamente imágenes del evento para dejar
constancia gráfica de que la exposición vino a demostrar, por así decirlo, mi
limpieza de sangre. El estilo “massanero” había sido borrado de mi ADN, o eso pensaba yo…
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Panorámica de mi exposición en la Sala Montcada, otoño de 1987. |
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